La costumbre. Como nos acostumbramos a ver como “naturales” ciertos hechos, pasados y presentes, que distan tanto de serlo.
Nacemos pensando que el estado de ciertas cosas existió desde siempre, y morimos pensamos que así seguirá siendo. Como si el presente no tuviese un pasado que lo fue haciendo posible, olvidamos que la historia se encargó y se encarga, a través de sus innumerables luchas, de construir lo que existe y destruir lo que no pudo ser.
Tan pesado es el efecto narcotizante de la costumbre, que nos lleva a tomar por verdaderos ciertos mitos, sin duda fundantes, de la sociedad en la que vivimos.
En este sentido Paulo Freire, aquel famoso pedagogo brasilero, reconocido mundialmente por sus campañas de alfabetización y por la invención de la llamada “Educación Popular”, nos habla en su obra cumbre “Pedagogía del oprimido” de los Mitos indispensables para el mantenimiento del Status Quo:
“El mito (…) de que el orden opresor es un orden de libertad. De que todos son libres para trabajar donde quieren. Si no les agrada el patrón, pueden dejarlo y buscar otro empleo. El mito de que este “orden” respeta los derechos de la persona humana y que, por lo tanto, es digno de todo aprecio. El mito de que todos pueden llegar a ser empresarios siempre que no sean perezosos y, más aun, el mito de que el hombre que vende por las calles, gritando: “dulce de banana y guayaba” es un empresario tanto cuanto lo es el dueño de una gran fábrica. El mito del derecho de todos a la educación cuando, en Latinoamérica, existe un contraste irrisorio entre la totalidad de los alumnos que se matriculan en las escuelas primarias de cada país y aquellos que logran el acceso a las universidades. El mito de la igualdad de clases cuando el “¿sabe usted con quién está hablando?” es aún una pregunta de nuestros días. El mito del heroísmo de las clases opresoras, como guardianas del orden que encarna la “civilización occidental y cristiana”, a la cual defienden de la “barbarie materialista”. El mito de su caridad, de su generosidad, cuando lo que hacen, en cuanto clase, es un mero asistencialismo, que se desdobla en el mito de la falsa ayuda, el cual, a su vez, en el plano de las naciones, mereció una severa crítica de Juan XXIII. El mito de que las élites dominadoras, “en el reconocimiento de sus deberes”, son las promotoras del pueblo, debiendo éste, en un gesto de gratitud, aceptar su palabra y conformarse con ella. El mito de que la rebelión del pueblo es un pecado en contra de Dios. El mito de la propiedad privada como fundamento del desarrollo de la persona humana, en tanto se considere como personas humanas sólo a los opresores. El mito de la dinamicidad de los opresores y el de la pereza y falta de honradez de los oprimidos. El mito de la inferioridad “ontológica” de éstos y el de la superioridad de aquéllos.”
Podemos definir al mito en tanto “narración fabulosa e imaginaria que intenta dar una explicación no racional a la realidad”, o como un “Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo”.
En nuestro caso, desde el mito fundante del “Descubrimiento” de América hemos escuchado, leído, atestiguado los más insólitos acontecimientos que, en su momento, tomamos por ciertos. Algunos perduraron por más tiempo, como la zoncera (en palabras de Jauretche) de “Civilización y barbarie”, o la creencia en la bondad de la “Campaña del desierto” (hoy, la parte trasera de nuestros billetes con más valor).
Desde la “acción civilizadora” española, luego inglesa, y luego estadounidense, hasta nuestro aún reciente mito del “1 a 1” , atravesamos tantos mitos que sería imposible nombrarlos a todos.
Por ellos les proponemos que nos digan cuáles son para ustedes los mitos, de ayer y de hoy, que creen que existen en la sociedad, en nuestra historia, en nuestro día a día. Los leemos en los diarios, en los libros, los vemos en la tele, en las películas, los escuchamos en la radio y en las canciones.
¡Derribemos los mitos, que son mucho más de los que pensamos!
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